
Conscientes de ello, convenían que la mayor de la casa tomara escuela con alguno de los “maestros” ambulantes, en los meses más baldíos del año (a lo más, dos). Cuentan que los hubo buenos, pero ninguno como el tío Requena, que por 20 reales (el doble que el jornal de siega) y comida a medio día, según cayera, debía conseguir y conseguía prodigios con aquella imposición de nudillos -que no de manos- sobre la frente de la zagala, mientras repetía: “no seas mora”(2); erudición que luego la hermana mayor pasaba de unos hermanos a otros ya, con la llama del carburo.
En el método no cabía error: o se sabía, o se sabía. Las tintas siempre eran enteras y nunca hubo lugar para las medias. Quizá, por ello, durante muchos años las grafías de los números y, más aún, las de las operaciones en aquella y otras casas se tornaban indubitables; los trazos del lápiz tensos y oscuros, acompasados con levógiros corporales y callados, eran la prueba irrefutable de lo mucho allí empleado.
Las operaciones, aun simples, avaloraban las decisiones y sugerían la búsqueda incansable de certidumbres; en momentos en que también el talento natural parecía morar en unos pocos, y habíanse de flanquear con juicio -y no otra cosa- a los demás. De suerte, que hasta el más simple esbozo lleva a otro más interesante, y éste a otro, y a otro… con lo que el hechizo por el deleite del saber cautiva a todos por siempre jamás.
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(1).- El Kama Sutra, el clásico tratado hindú, enumera que las mujeres habíanse de dominar hasta sesenta y cuatro artes o habilidades especiales.
(2).- En El Quijote, tenían fama de duros de mollera.
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